El conejo y el pastor alemán
Esta es la historia de dos vecinos que eran buenos amigos y que
decidieron comprarles a sus hijos sendas mascotas. Uno compró un conejo,
mientras que el otro compró un cachorro de pastor alemán. El primero
protestó pensando que el perro se comería a su conejo, pero el otro
objetó diciendo que, al ser ambos cachorros, crecerían juntos y
llegarían a hacerse amigos. Y así fue. Era normal ver al conejo jugando
en el patio del perro y al revés.
Un día, el dueño del conejo fue a
pasar un fin de semana en la playa con su familia y dejaron al conejo en
casa. El domingo por la tarde, el dueño del perro y su familia tomaban
la merienda, cuando entro el pastor alemán a la cocina. Traía el conejo
entre los dientes, muerto y todo sucio de tierra. La primera reacción
fue culpar al perro y enojarse con él.
En pocas horas llegarían los
vecinos, ¿qué les iban a decir?
Lo primero que se les ocurrió fue
bañar al conejo y dejarlo bien limpito por lo menos para que los niños
pudieran despedirse de él. Y así hicieron y lo dejaron en su casita del
patio.
Apenas llegaron los vecinos, oyeron a los niños gritar y uno
de ellos fue corriendo hasta la casa cercana para contar lo que había
sucedido:
-¡El viernes antes de irnos el conejo se murió y lo
enterramos y ahora al volver lo encontramos nuevamente en su casita!
La
historia termina aquí Lo que ocurrió después no importa. El gran
personaje de esta historia es el perro que, sin haber hecho nada, cargo
con toda la culpa. Imagina al pobrecito, desde el viernes, buscando en
vano a su amigo de la infancia. Después de mucho olfatear, descubrió su
cuerpo muerto y enterrado.
¿Qué hizo él?
Probablemente con el
corazón partido, desenterró a su amigo y fue a mostrárselo a sus dueños,
imaginando poder resucitarlo.
Sin embargo otra fue la historia
imaginada a partir de la cual fue culpado...
Autor
desconocido
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